¿PARA QUÉ…?
Queridos
amig@s:
Una vez más, me hallo aquí
sentada frente a la pantalla del ordenador, deseando compartir todas las
experiencias que me brinda la
Vida , que digiero poco a poco, que disfruto con mi Alma… a
través del corazón.
Tengo treinta y dos años recién
cumplidos, y sé poco de la Vida. Y de
las pocas cosas que sé, solo me atrevo a compartir esas que, considero, pueden
seducir desde y con Amor a quienes evolucionan al mismo ritmo que el mío, o a
quienes se sienten identificadas con los sentimientos que contienen mis
palabras, y con quienes todo o parte de lo que nace y queda plasmado en estos
párrafos resuena, por alguna sencilla razón, en sus corazones. Para todas esas
personas que me leéis, ¡GRACIAS! ¡Gracias por hacer que la Vida sea un cúmulo de experiencias
amorosas a compartir!
A raíz de los últimos
acontecimientos de mi Vida -un despido laboral por reducción de plantilla, con
la consiguiente adversidad de no poder hacer frente a los pagos que conlleva
mantener un hogar- esta será la tercera vez en mi vida que me quedo sin “mi
pequeño lugar en el mundo”, que parto de cero sintiendo cierto desamparo,
cierta incertidumbre, sin la sensación de seguridad que proporcionan un techo y
un bolsillo “estables”.
Desde niña, albergo un sueño y
un deseo: el sueño de poder trabajar algún día con niños que carecen de cariño
y de un hogar; y el deseo de encontrar mi pequeño lugar en el mundo. Ese
pequeño gran espacio personal en el que, al abrir, entornar y/o dirigir la
puerta a su correspondiente cierre, hallas la intimidad que has albergado en
él, con mimo, con amor. Ese pequeño gran lugar donde puedes expresar, compartir
y disfrutar de todo aquello cuanto eres, con total confianza. Ese hogar en el
que mi hijo, Noah, descubre el significado de la familia, la importancia de
compartir pequeños grandes momentos consigo mismo y con las personas que ama,
que le aman.
En estos momentos, con unas
provocadoras y seductoras lágrimas de emoción, recuerdo dos momentos esenciales
en mi vida. Para redactar sobre el primero de ellos, mi corazón retrocede en el
tiempo veintiséis años y me transforma en una niña de cinco años, compartiendo
mesa con mis padres y con mis hermanos. El primer recuerdo, me confiere como la
expectante niña que está a punto de abrir la boca para confesarle a su papá -quien
ha solicitado que comparta con él la profesión que desearía desempeñar una vez
hubiera llegado a la etapa adulta- cuál es mi verdadera vocación: “¡Quiero ser
misionera y escritora, papá!”- le respondí con unos ojos abiertos como platos,
con la boca a rebosar de satisfacción personal. El segundo recuerdo es
reciente, se cultivó en mi corazón hace seis meses, cuando abrí la puerta de mi
nuevo hogar y me senté a llorar en el sofá del salón, agradeciéndole a la Vida las múltiples
sensaciones de libertad que sentía una vez hube depositado la última maleta en
el suelo del recibidor y hube cerrado la puerta de entrada para dar la
bienvenida a la intimidad familiar: “¡Al fin, mi hogar en el mundo!” “¡Al fin,
un pequeño gran espacio en el que poder desempeñar los mil y un papeles que,
durante años y años, había ideado en mi corazón, que tan bien designaban las
funciones que deseaba desarrollar como niña, como mujer, como madre, como
amiga, como trabajadora, como emprendedora, como ser humano!”
Siempre
había añorado ese espacio en el mundo en el que dar rienda suelta a todas las
experiencias que te han conferido como un ser humano con unos valores y formas
de proceder determinados en el ámbito familiar. ¡Deseaba experimentar mi propia
forma de proceder! Tras perder todas mis posesiones dos veces, la primera vez
por ser fiel a los dictados de mi corazón y decantarme por la escritura y la
segunda vez por caer enferma y no poder hacer frente a los pagos, con mi tercer
hogar sentía que podía crear un auténtico núcleo de Amor. Y, pese al poco tiempo que he tenido para
poder crear de la ilusión una factible realidad, lo he conseguido. Noah y yo, lo hemos conseguido. Sin él, el milagro de crear una familia
hubiera sido impensable: su magia, su dulzura, su inocencia, sus mil y una
facetas, han sido imprescindibles para lograrlo. ¡Gracias, Noah! Y, cómo no,
sin la entrada y salida a nuestro templo de personas que han llenado este
espacio de sonrisas, de lágrimas, de momentos únicos e irrepetibles que
permanecerán en el Alma de este hogar…
eternamente. A todos los que habéis formado parte de nuestras vidas durante
este tiempo, GRACIAS.
En
estos instantes, recuerdo mi viaje a Kenia, en otoño de 2011. Con emoción, me
detengo a pensar en todos los niños que conocí y que supe que habían dejado sus
hogares por ser fieles a los dictados de su corazón. Para todos ellos, y a
pesar de las duras y nefastas consecuencias que derivaban de ésta, su decisión
se basaba en continuar recibiendo abusos de toda clase por parte de sus familiares
(abuelos, padres, tíos, hermanos, etcétera…) o vivir en las calles; entre tener
o no tener algún alimento, aunque el que sostuvieran entre sus manos hubiera
sido extraído de un cubo de basura y apestara o supiera a podrido. ¡Para todos
ellos representaba, quizás, el único manjar del día; y por él podían incluso pegarse
o matar! De repente, pensar en ellos, recordar la viva expresión de sus ojos,
su inquebrantable fe en la Vida
y en los designios de Amor en sus circunstancias de Vida, me han conmocionado a
la hora de hacer maletas. De repente, y a falta de cinco días para abandonar mi
casa y elegir el que será mi nuevo destino, siento, y lo siento profundamente, que el
hogar que he deseado construir con fervor a lo largo de toda mi vida siempre ha
existido en mi corazón. ¡El hogar de mi hijo, mi hogar, es el corazón que
llevamos con nosotros, que compartimos y engrandecemos por el mero hecho de
desear crear una realidad hermosa, una realidad colmada de Amor! Y, aunque parezca cosa de locos, el hecho de
no haber tomado una decisión sobre mi siguiente destino, me ha hecho que
experimente un desarraigo total. Por lo pronto, he saboreado las sensaciones
que experimentaba de niña, cuando el mundo que confería en mi corazón se
reducía a un pequeño gran globo terráqueo, a un mapamundi que carecía de
fronteras divisorias entre pueblos, entre razas, entre seres humanos. Y ese
mundo ideal, lleno de posibilidades, era el mismo que me inducía a escoger
miles de alternativas para establecerme como misionera; como escritora
de personas desamparadas anhelando recibir una realidad diferente y
esperanzadora al cubrir no solo las carencias alimenticias sino también las
afectivas, las educativas, etcétera. De repente, he sentido que todo lo que he
experimentado hasta ahora, todos los encuentros y desencuentros, con sus
lecciones… tienen un sentido esencial en mi vida, incluyendo la sensación de no
pertenecer a ninguna frontera, a un hogar que no contenga “corazones” en su
interior.
He
titulado a este puñado de frases atadas “¿Para qué?”. No es un título casual.
No, no lo es. En el momento pasamos por ciertas vicisitudes, solemos detenernos
a preguntarle a la Vida :
“¿Por qué?” “¿Por qué a mí?” “¿Por qué en este justo instante, en el que tenía
todo cuanto necesitaba tú, Vida, has decidido arrebatarme lo que más quería,
lo que más anhelaba, lo que me daba alas para vivir, lo que me mantenía en la
creencia de estar “viva” o “viviendo una vida plena y feliz”?” ¿Cuántas veces
hemos formulado ese “por qué”, a lo largo de nuestras vidas? ¿Y cuántas veces
nos hemos desesperado tratando de hallar un sentido al aparente sinsentido que
nos ha conducido a vivir de un modo que, creemos, no merecemos, no se ajusta a
lo esperado, a lo ceñido, al guión que habíamos programado y que prometía ser
eterno…? Yo no sé vosotros. Yo sé que me he formulado ese “¿Por qué a mí?”…
cientos de veces.
Al
respecto, solo puedo expresar lo siguiente: la Vida es de todo menos estática. La Vida siempre quiere lo mejor
para nosotros, aunque creamos lo contrario. La Vida no te quita nada, solo dispone las
circunstancias necesarias para que hallemos el sentido de nuestras vidas, de
forma coherente con lo que somos. La
Vida que “nos arrebata” a nuestros seres queridos, nos da la
oportunidad de que aprendamos a vivir no sin ellos, sino para que aprendamos a
vivir en nosotros mismos. Hace varias semanas, tuve la bendita oportunidad de
conocer a un padre de familia cuya mujer había fallecido recientemente. Tras
leer mi libro, “El abrazo del oso”, se puso en contacto conmigo y decidimos
citarnos en mi casa. Tras varios minutos conversando, ambos llegamos a la
conclusión de que todo lo que él tenía que aprender de la Vida ahora era todo aquello a lo que
más había temido hacerle frente mientras su mujer vivía: ser el motor de su hogar y tomar decisiones, encargarse del cuidado y
educación de sus hijos, etcétera. Estas lecciones que la Vida , incluso su mujer, le
habían conferido durante la última etapa de su vida le han convertido en un buscador de sí mismo, en alguien que desarrolla su confianza a fin de compartirla con sus tres hijos. Precioso, ¿verdad?
Ese
“¿Para qué”? es símbolo de que todo lo que vivimos no es fruto del azar. Todo,
absolutamente todo lo que vivimos tiene un sentido único para nuestras vidas y
nuestro desarrollo íntimo como seres humano, que es extensible a todas las personas
que nos rodean y nos acompañan en la apasionante aventura de vivir.
Perder
mi trabajo, perder una casa, perder casi todas mis posesiones materiales… me conduce
hacia un reto fascinante: la conquista auténtica de mí misma que, consciente e
inconscientemente, vaticinaba desde hacía meses. El frenético ritmo laboral al
que me había esclavizado para hacer frente a los pagos apenas me permitía
tiempo para abordar las tareas de la Asociación , para disfrutar de mis seres queridos,
además de conducirme a un cansancio físico que rozaba la extenuación. Si me
detengo a pensar en los últimos meses de mi vida, la petición más reiterada que
le formulaba a la Vida
consistía en disponer de tiempo, o quejarme por carecer de él. Detenerme a
sentir el latido de la Vida ,
sentir lo que ella me pide que haga en estos momentos, el sentido o el “para qué”
de mis circunstancias actuales, me dirige, de manera sencilla y natural, a un
propósito más hermoso del que podría haber logrado si me hubiera dejado
arrastrar y vencer por mis propias expectativas personales.
- “¿Para qué, Vida…?” – le pregunto, dejando
asomar un cierto titubeo.
Pregunta a la que ella me
responde con contundencia, con plena confianza, con la sabiduría que solo ella
es capaz de portar en sí misma:
- “Para que admires a los que te han
brindado su apoyo, en estos momentos. Gracias a ellos, comprendes el valor del
amor, de la fraternidad, de la amistad. Para que puedas constituir una
organización que pueda arropar también a las tareas de la Asociación y disfrutar
atendiendo a personas, compartiendo tareas con tus compañeros, expandiendo la
apertura espiritual; para que puedas cobrar un salario y disponer de tiempo
libre para disfrutarlo con tus seres queridos y escribir. Para que, pasito a
pasito, puedas obtener la formación y los recursos necesarios con los que ayudar
a familias con carencias afectivas, educativas y económicas…”.
Finalmente,
he comprendido que no hay puertas que se cierran, solo puentes y pasarelas que
se disponen, según necesitemos, de un modo u otro para que hallemos la forma más
sana de alcanzar nuestros propósitos. Unos propósitos que aparecen si ponemos
todo nuestro empeño en escuchar los latidos de nuestro corazón y seguirlos,
aunque ser coherentes con ellos implique, como en mi caso, apostar por
lanzarnos a un precipicio donde es imposible visualizar el fondo. Seguramente,
en tales circunstancias, la Vida
nos pide que confiemos en ella tanto como ella confía en nosotros. Así pues: ¡Confiemos
en nosotros mismos! ¡Confiemos en la
Vida ! ¡La Vida ,
y nosotros como parte intrínseca de la
Vida , lo merecemos!
“… ¿Y mi valor? Intervino el
León en tono ansioso. Estoy seguro de que te sobra valor respondió Oz. Lo único que necesitas
es tener confianza en ti mismo. No hay ser viviente que no sienta miedo cuando
se enfrenta al peligro. El verdadero valor reside en enfrentarse al peligro aun
cuando uno está asustado, y esa clase de valor la tienes de sobra…”
Lyman Frank Baum
“El Mago de Oz”
Un abrazo enorme, enorme…
Con Amor,
Vanessa Aguilar