Los seres humanos pertenecemos al reino animal. Nos hemos definido como animales con inteligencia y razón. No obstante, lo que verdaderamente nos distingue de éstos es la conciencia, el ser conscientes de lo que hacemos, el poder de elegir la intención de amor o de rechazo. Eso es lo que nos caracteriza y lo que nos determina. Los seres humanos no pueden definirse como animales racionales, sino como seres sintientes, pensantes y conscientes, capacitados para emplear su inteligencia en crear o en destruir.
La naturaleza humana es animal, por eso lo natural en nosotros está unido al instinto, a la pasión, al sexo y a todo lo que el cuerpo pide. Eso nos acompañará siempre, y no es bueno ni malo. Para los débiles, para los ignorantes, a los que prefieren la obediencia al pensamiento y a la libertad, y sólo para ellos, surge la moral condenatoria de todo lo que esté unido a mis deseos personales.
Pero para ser persona uno ha de elegir un comportamiento que busque la verdad. La verdad es amor, claridad, honradez, etc. La persona se hace en la búsqueda constante de un comportamiento que elige aquello que hace amable y la convivencia aquí. Y esa es un cuestión totalmente personal, porque supone elegir, en cada momento, lo que no daña a mi alrededor.
Aunque el comportamiento pueda no coincidir con las costumbre e incluso molestar, uno tiene que saber que no daña, aunque haga daño, porque hacemos daño cuando al buscar la verdad desestabilizamos al que no la busca. Pero nadie tiene la obligación de responder a las exigencias o tradiciones que los otros asumen para dominar. Esa obediencia a la autoridad ha de pasar por mi elección de que no me está dañando a mí. Y en realidad, aquello que me daña, es únicamente aquello que sólo yo consiento que me dañe.
La persona se hace sólo en la libertad de elegir la verdad, aunque el que domina prefiera la sumisión, y no tengo mala conciencia en la desobediencia, sino en la falta de libertad que no me deja ser lo que la Vida me llama a ser, de otro modo sigue perteneciendo al mundo que fenece.
Y la verdad no va nunca unida a los miedos, las amenazas, a la autoridad indiscutible. Entre la pasión que atenaza y el poder que esclaviza, sólo llego a ser persona cuando elijo sin miedos. Todo ser humano llega a ser persona cuando su comportamiento es honrado, de otro modo sigue perteneciendo al mundo que expira.
Anónimo
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