jueves, 8 de julio de 2010

La casita de papel




          La casita de papel es, sin lugar a dudas, la perfecta vivienda a adquirir por doquier. Sin defecto de compra, búsquenla en: establecimientos de infancia clonada, junto al estante de la costumbre, detrás de especias dispares, bajo el juguete común.
       Como previo requisito, la casita de papel ha de adquirirse junto a un ejemplar social único: una pareja de bolitas de barro, sedientas de expectativas y dispuestas a moldearse al antojo.
        La estancia en la misma, trae consigo un envoltorio de papel celofán: el perfecto embalaje carnal con constatada avería interior. 
       En su inédito contenido, la casita de papel también muestra en sus formas un sinfín de posibilidades. Entre ellas: panorámicas habitaciones con vistas a espejismos futuros, fructíferos años de avidez afectiva, recíproco cántico celestial y otros tantos rincones estereotipados de total antemano.
      Milagrosamente, el cuerpo y gustos de las dos bolitas residentes se transforman o se olvidan con la convivencia. Por lo tanto, no se extrañen si, de repente, el lápiz de labios rojo se entremezcla con el calzoncillo blanco o si la carantoña y el mimito se transforman en quehaceres cotidianos junto a la colada, el paño y la escoba. Si las bolitas de la convivencia se confieren a la procesión del canto gregoriano o si, en su intenso poderío de abuso y poder personal, el egoísmo impera en sus labios.
 
       Una vez instalado en la casita de papel, la bolita de barro masculina pronto se cerciorará de cómo decae su pasión por los juegos de mesa. Cómo, de la noche a la mañana, sus camisas a cuadros se transforman en prendas sedosas y el suéter de punto preside el poderío nocturno. De repente, su cerveza se transforma en agua. Su cazadora favorita se canjea por dos de pana y piel. Su perfume roza la fragancia opuesta y sus aficiones se limitan a simples horas anuales con suma petición anterior. En sus múltiples  demandas el verbo puedo supera al quiero y la explicación deja de ser un argumento. No obstante, ya se sabe que en el imperio del hogar reina la imposición.
       La bolita de barro femenina, adopta en la entrega de llaves el papel de Cenicienta sin ratas. Su madrastra, la imperiosa educación recibida. De su carroza asiduos ejemplares de calabacín en cocción. De su diccionario seis palabras como símbolo de su gran hazaña, que son: lo establecido siempre estará de moda.
       Ante su aburrimiento emotivo, en la bolita de barro femenina emerge brillante un corazón televisivo, repleto de ficticios largometrajes con soberano y espadachín incluidos. Y es que la bolita de barro femenina descubre en la margarita su flor más preciada: si me quieres haz. Si no me quieres, deja. Si te preocupas, agobias. Si no lo haces, olvida.
       En un día de sol y escasa jarana, las dos bolitas de barro deciden consumar el acto sexual. En el guiso, sin pimienta ni sal, la chispa acaba muriéndose de hambre. Inmersas en paliar su agravio, las dos bolitas pactan concebir una nueva bolita. En definitiva: la adhesión de una cifra sin culpa a la total suma monótona.
       La pequeña bolita de barro, se asoma a la Vida como hoja perenne. En su caduco marco tal bocanada de aire ampara al gobierno. La rutina le mece en sueños, a la vez que se vierte en él desmesuradas atenciones de protección y cobijo.
      Pasan los años. La tercera bolita de barro deja de ser un juguete familiar. La excusa ahora cambia papilla por cuchilla de afeitar y columpio por coche. De la extrema protección ahora ruge feroz y solicita, a gritos, la extrema independencia.
       En estos momentos, en la casita de papel, la monotonía se espesa en los caldos y el afecto se asemeja a la cordial Arizona: todo un desierto sin pausas.
      Veinte años después, la casita de papel se devuelve al estante del aburrimiento y se pone en venta. La tercera bolita hace meses que emigró. Sin excusa concebida, las dos bolitas fundadoras sellan el fin del contrato y dejan de moldearse. En su hipoteca mece de propia mano un gran desconcierto: descubren que, a pesar de años y años de convivencia, apenas se conocen.
       Entre llantos, reprimendas y bostezos, las bolitas se despiden. Una culpa a la otra de su infortunio afectivo. El recíproco contagio que da cobijo a un mayor hastío. Las bolitas no han descubierto que su aburrimiento se condimenta desde sí mismas. El error: haber derogado su felicidad entre ellas.
       La casita de papel es un reflejo común de un rol social decadente, basado en la errónea creencia de que el amor consiste en poseer al amor. 
       Desde esta perspectiva, una bolita se empareja a otra y en las primeras citas juegan a cifras y letras: todo un currículo de verborrea labial para confeccionar un vestido de imagen. Lo importante no es ser, sino llegar a ser aquello que la otra bolita espera de ti: una fantasía con pleno convencimiento de causa. En tal agrado, las bolitas olvidan quienes son y,en su despreocupación interna, surge el rencor. Aquellas acciones de pura complacencia egoísta perecen mientras resurgen inminentes: la pretensión y la exigencia. Como consecuencia, nace el aburrimiento. Lo fácil, culpar a la otra bolita. Lo difícil, convencerte de que ser bolita genuina e independiente requiere de un espíritu y de ese espacio personal con el cual regir el propio imperio.
        En la casita de papel, la dependencia se sirve en la mesa, por lo que sirves esperando y recibes exigiendo. Pese a todo, las bolitas se establecen y la casita de papel se desmenuza, por días, en tiras.
       Una bolita es un mundo independiente. Dos, dos mundos independientes. El tercero debería llegar gracias a la fusión.
       En ocasiones, las bolitas egocéntricas crean derechos hasta reducir a la flácida bolita que, por voluntad propia, se deja someter. Ante la resignación, surge dependencia y discrepancia, convencimiento y posesión. El mundo individual perece mientras las bolitas olvidan que, en la casita de papel, la flor más bella es el respeto inexistente.
      El pegamento de la casa fija la cimentación. En su compuesto las palabras poco importan. Si un boquete invade un cimiento, la masilla comprensiva es el mejor ajuste. Las bolitas de barro,sin embargo, ven en las disputas bellas reconciliaciones. Todavía no han presentido que en sus acciones personales se vence con creces a la tirana voz del ego.
      Señores y señoras. Mi fisionomía curvada me desvela, los pechos me traducen y la vagina no traiciona. Sin embargo, más allá de la etiqueta sexual que el Universo me adjudicó soy un ser humano.
      Investida por la restricción, he sido una bolita inconsciente. De su paso por mis años, una masilla al antojo vecino. Limitada a esta realidad, llegué a creer la causa como propia. Por lo tanto,  yo también influí en el moldeamiento de otras bolitas.
      Es posible cimentar la casita de papel y ajustarla al propio corazón. Desde esta sencilla perspectiva, la casita de papel dejaría de estar empapelada con palabras mundanas, siendo lo importante construirla con cimientos basados en hechos propios del lenguaje del alma. 
      Así pues, amigos y amigas, mirad al amor de frente y observad más allá del prototipo de personas que idelizáis ser, más allá del prejuicio que os invita a convivir con determinadas personas y a rechazar a otras. Seguramente, en ocasiones, nos tropecemos con simples envoltorios carnales, personas con un gran defecto interior. Sin embargo, limitados a simplemente observar nuestro limitado campo de visión, lleguemos a obviar, en muchas otras ocasiones, a bolitas genuinas, que merecen ser descubiertas, consideradas y amadas por ser tal y como son:  personas, no casuales en determinados tramos de nuestro camino, dispuestas a acompañarnos en determinadas experiencias,  para  mostrarnos un sinfín de aprendizajes.
        Compañeros de camino, no clonéis vuestra forma de sentir. No seáis todo aquello que se espera. No busquéis los propios intereses en otras personas. No deroguéis vuestra felicidad en una bolita. No malgastéis el poco tiempo de vida que tenemos tratando de convencer lo significativos que sois. No os resignéis. No busquéis. Esperad. La Vida es tan lista que todo acontecimiento llega en su justo momento, en su justa medida, incluido el amor. En el jardín de la Vida existe una gran diversidad de flores, y ninguna es igual a otra.  Entonces, ¿por qué no experimentar con las afines, sembrando respeto con aquéllas que no lo son? Quizás, ser genuinos no esté de moda pero es un hecho. Por lo tanto, no moldeéis bolitas. Volad y dejad volar. 



Vanessa Aguilar





2 comentarios:

  1. Hermoso modo de exponer el eterno tema del amor, la independencia sentimental, la defensa de la personalidad propia, la decadencia de la convivencia, el desamor, la dependencía humana, ....en definitiva la vida.
    Enhorabuena

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  2. Muchísimas gracias por tu precioso comentario, Fátima. Las personas tenemos el don de aprender de las experiencias de la vida, para, posteriormente, hacer algo constructivo de todo lo vivido. Un placer volver a encontrarme contigo. Besitos. Vanessa.

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