lunes, 27 de septiembre de 2010

Vivimos para morir... Morimos para vivir




        Me encantaría poder compartir con vosotros este texto que ha escrito Javier Akerman, en su blog Budismo Tibetano. Muchas gracias, Javier.


        Ha fallecido una amiga, Ana Kiro, hace pocos días. Ha muerto también mi cuñado José Manuel, hace escasos dos meses y mi madre Carmen en las pasadas navidades. Es la muerte que está ahí, una presencia inevitable y sorpresiva, compañera implacable de la vida. ¿Debemos odiarla? ¿Maldecirla? No, pues vivimos para morir y de ella deberíamos aprender el verdadero sentido trascendente de la vida.
        He “vivido la muerte” en los ojos de muchos pacientes, familiares y amigos. Pude comprobar como al mismo tiempo que se apagaba su destello me hacían más humano, a pesar del dolor y el sufrimiento. Sí, cada muerte me hace comprender la grandeza de la Vida y la sagrada misión que subyace en ella. ¿Odiar? ¿Criticar? ¿Fama? ¿Dinero? ¡Que pérdida de tiempo! La muerte y el dolor son los grandes problemas que quiere resolver el budismo. Y en ambos casos, la solución que aporta es la supresión del deseo. Pero no del deseo normal que inevitablemente sentimos en nuestra existencia diaria, sino del deseo “aferrado”, el que nos hace sufrir y provoca dolor, el que cierra al Ser en lugar de abrirlo. Ese deseo es la cripta oscura donde reina la verdadera muerte. Renunciar al apego es liberación y sosiego. Ora, medita, entrega tu vida a un fin que te haga pasar de “ti a los demás”. Sí, disfruta, trabaja y vive, pero que tu ombligo no sea el centro del mundo. ¡Tenemos tanto que dar y tanto que renunciar!


Javier Akerman
Texto publicado el día 26 de septiembre de 2010
Blog Budismo Tibetano

domingo, 12 de septiembre de 2010

Para ti, mi pequeña princesa




 



        Hace aproximadamente dos semanas, conocí a un ángel: a una niña, a una preciosa princesa que, a la temprana edad de nueve años, ya posee la virtud de percibir una porción del mundo invisible.
        Tras nuestro no casual y breve encuentro, comprendí que las pequeñas princesas, como ella, todavía sueñan con hadas, con duendes, con calabazas que se transforman en carrozas y zapatitos de cristal; nada que ver con los seres etéreos que nos visitan, con las experiencias que aprendemos en torno a ellos. Nada que ver con esa constante sucesión de acontecimientos que la princesa es capaz de percibir y recibir de la Vida, para transformarla continuamente en un ser consciente, auténtico, real. Evidentemente -tras decantarme por colocar mis pies en sus frágiles zapatitos de cristal, por pensar y sentirme tal y como lo haría ella-,  soy capaz de atisbar el desconcierto  que le produce el hecho de poseer esta innata capacidad. 
        Esta noche, he decidido dedicar este texto a todas las personas que, como la princesa y como yo, también son capaces de percibir la auténtica  y real naturaleza de la existencia. Fundamentalmente, para todas aquéllas que –por miedo a ser juzgadas y vetadas por otras (normalmente por individuos que erradican la veracidad de estas experiencias tras emplear términos adheridos a su propia ignorancia)- optan por rechazarse así mismas, por no aceptarse tal y como han sido creadas por Dios (Amor).
        Desnuda y expuesta sin tapujos ante cada uno de vosotros, seguidores de este blog, sé que todo aquello que he vivido nunca ha sido fruto del azar. Actualmente, también sé que todas y cada una de mis experiencias han sido trazadas por la Vida, con el único propósito de que yo forjara y purificara mi personalidad. Una personalidad con la cual poder transitar y seguir el camino que Dios (y no yo) ha trazado para mí, y que necesariamente ha de girar la mirada hacia el propio corazón si el propósito es encontrarle a Él.
        Inicialmente, cuando comencé a percibir seres etéreos, a avistar la energía que brotaba de cualquier ser animado e inanimado, a escuchar sintonías y voces en mi cabeza -todas ellas pertenecientes a los pensamientos de sufrimiento de otros seres humanos- consideré que la Vida era un juego cruel e injusto y yo una enferma mental. 
        No obstante, cuando comencé a acompañar a determinados seres humanos a morir. Cuando estas mismas personas y otras que desconocía me visitaban tras su mutación (de cuerpo a alma). Cuando, transformados en seres etéreos y lumínicos, me facilitaban mensajes y atisbaba su amor incondicional hacia mí y/o hacia cualquier persona vinculada a ellos, comprendí lo afortunada que era por haber nacido para desempeñar estas tareas. 
        Sólo venimos a servirle a Amor. Todos tenemos un propósito y una misión. Las personas como la princesa, que poseemos la virtud de la videncia, hemos sido llamadas -entre otras tareas- para corroborar, para difundir que el formato de la Vida que sensorialmente conocemos y vivimos únicamente es una insignificante y milésima porción de la existencia generadora de Vida. 
        Pese a mi rechazo inicial, el camino que Dios ha trazado para mí es increíblemente más dichoso que cualquiera de los caminos que he vivenciado  por sucumbirme a mi imaginación (inundada de expectativas y deseos).