domingo, 12 de septiembre de 2010

Para ti, mi pequeña princesa




 



        Hace aproximadamente dos semanas, conocí a un ángel: a una niña, a una preciosa princesa que, a la temprana edad de nueve años, ya posee la virtud de percibir una porción del mundo invisible.
        Tras nuestro no casual y breve encuentro, comprendí que las pequeñas princesas, como ella, todavía sueñan con hadas, con duendes, con calabazas que se transforman en carrozas y zapatitos de cristal; nada que ver con los seres etéreos que nos visitan, con las experiencias que aprendemos en torno a ellos. Nada que ver con esa constante sucesión de acontecimientos que la princesa es capaz de percibir y recibir de la Vida, para transformarla continuamente en un ser consciente, auténtico, real. Evidentemente -tras decantarme por colocar mis pies en sus frágiles zapatitos de cristal, por pensar y sentirme tal y como lo haría ella-,  soy capaz de atisbar el desconcierto  que le produce el hecho de poseer esta innata capacidad. 
        Esta noche, he decidido dedicar este texto a todas las personas que, como la princesa y como yo, también son capaces de percibir la auténtica  y real naturaleza de la existencia. Fundamentalmente, para todas aquéllas que –por miedo a ser juzgadas y vetadas por otras (normalmente por individuos que erradican la veracidad de estas experiencias tras emplear términos adheridos a su propia ignorancia)- optan por rechazarse así mismas, por no aceptarse tal y como han sido creadas por Dios (Amor).
        Desnuda y expuesta sin tapujos ante cada uno de vosotros, seguidores de este blog, sé que todo aquello que he vivido nunca ha sido fruto del azar. Actualmente, también sé que todas y cada una de mis experiencias han sido trazadas por la Vida, con el único propósito de que yo forjara y purificara mi personalidad. Una personalidad con la cual poder transitar y seguir el camino que Dios (y no yo) ha trazado para mí, y que necesariamente ha de girar la mirada hacia el propio corazón si el propósito es encontrarle a Él.
        Inicialmente, cuando comencé a percibir seres etéreos, a avistar la energía que brotaba de cualquier ser animado e inanimado, a escuchar sintonías y voces en mi cabeza -todas ellas pertenecientes a los pensamientos de sufrimiento de otros seres humanos- consideré que la Vida era un juego cruel e injusto y yo una enferma mental. 
        No obstante, cuando comencé a acompañar a determinados seres humanos a morir. Cuando estas mismas personas y otras que desconocía me visitaban tras su mutación (de cuerpo a alma). Cuando, transformados en seres etéreos y lumínicos, me facilitaban mensajes y atisbaba su amor incondicional hacia mí y/o hacia cualquier persona vinculada a ellos, comprendí lo afortunada que era por haber nacido para desempeñar estas tareas. 
        Sólo venimos a servirle a Amor. Todos tenemos un propósito y una misión. Las personas como la princesa, que poseemos la virtud de la videncia, hemos sido llamadas -entre otras tareas- para corroborar, para difundir que el formato de la Vida que sensorialmente conocemos y vivimos únicamente es una insignificante y milésima porción de la existencia generadora de Vida. 
        Pese a mi rechazo inicial, el camino que Dios ha trazado para mí es increíblemente más dichoso que cualquiera de los caminos que he vivenciado  por sucumbirme a mi imaginación (inundada de expectativas y deseos).
        Lo real no sólo ha de ceñirse a aquellas situaciones que percibimos sensorialmente. Gracias a nuestros sentidos humanos construimos realidades y verdades mesurables. No obstante, no podemos ignorar que existe la realidad del alma,  donde el corazón es la inteligencia que guía a la razón y el alma se convierte en los ojos del mundo invisible, de ese otro fragmento más sutil al que, tarde o temprano, estamos llamados a conocer, del que todos formamos parte.


“…Yo soy capaz de ver una película –le dije a la princesa.
En mi película me hablan seres energéticos que conozco y que desconozco.
En mi película yo soy la protagonista y los seres etéreos forman parte del reparto.
Al igual que yo, todos ellos tienen su propio guión.
Sé que sólo puedo comentar mi película con aquellas personas que ven películas similares o idénticas a la mía. Personas con las que aprendo aspectos y conceptos nuevos, necesarios para comprender mejor determinadas escenas.
Sé que puedo comentar mi película también con aquéllas que no ven películas similares o idénticas a la mía, pero que respetan mis gustos y aficiones. Personas muy especiales para mí, que me inspiran total confianza.
No obstante, también sé que no puedo hablar de ella con todas las personas. Sobretodo con aquéllas que detestan y/o temen esta clase de películas.
En ocasiones, hay personas que incluso se burlan de ella. Individuos que consideran una auténtica locura que yo sea capaz de protagonizar, amar y creer en mi propia película. En estas ocasiones, sólo me  ciño a seguir creyendo en mí misma.
Lo más gracioso, mi pequeña princesa, es que, tarde o temprano (y esto es un secreto de ti para mi), todas los individuos somos llamados a ver esta película…”


Para mi pequeña princesa.
                               Con todo el amor del mundo,
Vanessa Aguilar

2 comentarios:

  1. Vanessa, que profunda y tierna, vivencia. A pesar de que yo soy una descreida, a estas alturas. En varias ocasiones he tenido intuiciones, ilusiones, acerca de otras personas. Pero nunca pensé que sufría ningún tipo de enajenación mental. Siempre confié en mi amplia capacidad observatoria de los seres humanos y sus aciones.
    Suerte tienes de haberte topado con una princesa de los sueños, hecha realidad.
    Un besazo guapa

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  2. Vanessa, es precioso, a tú pequeña princesa la va a encantar,seguro que la tranquiliza saber que todo esto es normal.
    Gracias por la gran labor que llevas a cabo.
    Bss
    Ángeles

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