En un establecimiento de regalos, siete ansiosos clientes esperan ser atendidos y adquirir su presente. La única dependienta de la tienda, vuela que no anda. Ocho artículos cubren sus manos mientras, con el mentón dolorido, a duras penas logra inmovilizar un rompecabezas. Sin visibilidad alguna, la mujer tropieza con el mostrador. Desafortunadamente, el traspié provoca la apertura del puzzle y todas las fichas caen al suelo. Tras el suceso, la mujer contempla embobada los ocho presentes. El ansia de desear abrazar la totalidad la condujo a caer.
Durante la exploración de un camino, un corredor se encuentra con la encrucijada de tener que elegir entre diez sendas. El corredor decide correr por todas ellas. Da comienzo la carrera y en la maratón, sin una elección de camino, el estrés le augura al hombre un gran cansancio.
Hora tras hora, los matojos van cubriendo la superficie fangosa y en la senda sin atajo llega la noche. Ya cansado, el hombre se detiene a descansar en unas enormes piedras. Su nula orientación culmina en llanto. De repente, piensa en el camino y en los diez senderos. Estupefacto, afirma estar en todos y en ninguno de ellos. Como consecuencia, la profundidad del fango nubla su visión y la inmensidad del camino logra vencerle. El corredor comprueba que en su miedo por elegir una vía ha encontrado su propia derrota.
Sentada en un café, prosigue su lectura la vida en persona. Un sorbito de paciencia la entremezcla con la mañana. En su sabroso plan, percibe serena a sus vecinos de mesa: ímpetu y duda. Ambos naufragan en su café.
En su glorioso plan, la vida recopila experiencias. Entre ellas, dependienta y corredor. Sorbiendo de nuevo paciencia, la vida comprueba en ese naufragio vecino todas aquellas cosas que no desea volver a sorber.
De su paso por el ímpetu ha aprendido a reconocer que caminar en contra de las situaciones produce desden, que nadar con sobrecarga origina agotamiento, que temer la conlleva a dudar y a retroceder y que abarcar la dirige a caer.
La vida ve en sus propios caminos un paraje sin áreas de descanso. Para ella, los tramos del corredor se construyen y se destruyen en un santiamén. La vida es de todo menos estática.
Existen, sin embargo, tramos donde los cambios son observados con lentitud. En ocasiones, perezosas sendas donde la seguridad se frota las manos, al mismo tiempo que merienda comodidad. Muchas veces, un huracán destroza la senda y el corredor se pierde en la duda. En estos casos, la vida propone alternativas, puentes y pasarelas, para que en el traspié el corredor pueda elegir de nuevo y proseguir el viaje.
En definitiva, lo importante no es correr sino seguir andando. Para el camino, el amor y la paciencia son el mejor bastón.
Al mirar a su alrededor, la dependienta se levanta. Tras la caída descubre a su alrededor un cúmulo de piezas de puzzle revueltas y desperdigadas por el suelo. Ante la atónita mirada de los clientes, la mujer se levanta y se dispone a recogerlas. No obstante, ha comprendido: ha descubierto que si sigue los latidos de su corazón, que si fluye a su propio ritmo, las piezas del puzzle vida... encajan perfectamente.
La respuesta está en sorber de la vida un poquito de paciencia.
Vanessa Aguilar
"...A veces nos encontramos en encrucijadas que nos producen desasosiego sobre cuál es el camino a escoger. El camino de la izquierda es el de lo conocido, lo habitual, el sofá de una casa con programa nocturno de "Claves del nuevo marketing del perfil más demandado por la sociedad", pero el camino es polvoriento, desértico, mortecino, es un vórtice que te absorbe, no hay vida salvo unos cuantos arbustos desgranados retorciéndose por el viento y la seguridad de cumplir con la norma establecida de tigres con piel y apariencia de ovejas, bailando sin sentido de un lado a otro siguiendo al rebaño, al perro y su pastor. Sí, eres dirigido, es muy cómodo, llegas al establo, das tu leche y cedes tu piel. A cambio, pierdes el sentido de la vida, el rumbo y de regalo das tu identidad. El otro camino es el de la derecha, un camino verde, fresco, alegre, colorido, chispeante, plagado de vegetación. Aquí no cumples con la ley, eres independiente, seguro de ti mismo, marcas tu propio ritmo, fluyes con la existencia. Eres el protagonista, el director de tu propia película, los susurros del corazón son tus aliados, cuando los oyes aunque sea bajito los sigues, te lleven a donde te lleven pues confías en ti y en la vida, en las situaciones y en los duendes que se te cruzan por ambos lados. A lo largo de este camino te puedes resbalar pues la hierba está húmeda, pero pronto empiezas a reconocer que tipo de terreno has de pisar y cuál has de saltar. Y llega un día en que el camino te ha enseñado tanto que tu cuerpo, tu mente, tus sentimientos y tu alma conforman un mecano sincronizado, sin dejar de tener presente al alba que cada día es creación, movimiento, transformación, aprendizaje y puedes volver a caer tan rápido como levantarte, crear, moverte, transformarte y aprender. Es el ciclo de la vida y el gozo de percibirla...". José Ignacio
"...La paciencia, esa gran virtud que denota la tranquilidad del espíritu y la serenidad del ánimo. La paciencia, ese camino de imprescindible elección para alcanzar los objetivos más primordiales y para ascender a las más elevadas metas. La paciencia, esa sabiduría de la espera en calma. La paciencia, esa aptitud tan necesaria ante la vida y tan escasa en una sociedad frenética y agitada como la de nuestros días. Hemos de aprender a saborear la vida con el paladar de la paciencia y a respirar su aroma de manera tranquila y pacífica. Es desde el sosiego, y no desde el cansancio, desde donde siempre se adoptan las mejores decisiones. La premura nunca será una buena consejera para lograr los mejores resultados...". Juan Manuel Galván
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