Todos tenemos la capacidad de percibir el mundo invisible, pero sólo un número limitado de personas desarrolla esta sensibilidad a lo largo de su vida.
Hace cinco años me habría resultado increíble creer que, a fecha de hoy, todavía seguiría físicamente viva.
Gracias a todos estos años, he comprendido que la Vida únicamente se compone de pequeños grandes momentos, que no son nada si no son vividos desde el Amor hacia la existencia, hacia nuestros hermanos y hacia nosotros mismos.
Nada de lo que vivimos es fruto de la casualidad , aunque parezca cosa de locos: ninguna de nuestras experiencias, por tristes y dolorosas que sean, son obra del azar.
La Vida es un milagro, amigos míos. Nuestra vida es un milagro. Cada día de nuestra vida es un milagro. Y de nosotros depende sacar partido y aprender de ella, independientemente de cuáles sean nuestras circunstancias personales. El mejor regalo que le puedes dar a la Vida es VIVIR, simplemente VIVIR.
Hoy, he decidido compartir con todos vosotros mi canción favorita: Alegría (Cirque du Soleil). Durante los dos años y medio que permanecí prácticamente postrada en una cama, fue un grito al cielo y un himno de esperanza para mi marido y para mí.
De todo corazón, se la dedico a todas las personas que sufren en silencio. A enfermos y a moribundos. A los pobres de pan y a los pobres de espíritu. A todos aquellos que creen vivir separados de la Vida, como gotas divididas del resto de seres humanos y de Amor (Dios).
Con especial cariño, a todos los niños que esta noche de Navidad no van a tener unos padres a quienes abrazar, un plato caliente que saborear, una cama donde dormir y un regalo que destapar.
-¿Podemos transformar nuestra forma de percibir la realidad?
-Sí, siempre y cuando escojamos dejar a un lado nuestra visión egocéntrica y nos adentremos a descubrir y a comprender mejor a nuestros semejantes.
Ver a los demás con los ojos del alma sólo puede conducirnos a un resultado: servirles a todos y a cada uno de ellos, incluyendo en el "ellos" a nosotros mismos.
Esta mañana, rebuscando en mi cuenta de Hotmail, encontré un excelente video, que refleja muy bien la forma en la que podemos transformar nuestra percepción de la Vida y ayudar quienes nos acompañan en Ella. Con cariño, lo comparto con todos vosotros.
La Vida existe únicamente para que experimentemos la energía que Amor (Dios) nos otorgó con el fin de que nos deleitáramos con su Creación, una vez nos hubiéramos reconocido como parte intrínseca e indivisible de Él. El mayor gozo que podemos experimentar en la Vida es experimentar a Amor conscientemente, a sabiendas de que las personas que aparecen y nos acompañan en un determinado tramo de nuestro camino, incluso durante todo el camino hacia nuestra adhesión a Dios (fin último de Su Creación), no son seres separados de nosotros sino expresiones que también forman parte de esa energía unitaria creadora de todas los formatos de Vida que puedan existir en éste y en otros Universos.
Hay dos formas de contemplar y vivir la Vida.
La primera se alimenta de la conciencia y se fundamenta en torno a la premisa de que ningún ser humano vive separado de otro ser humano, ni de cualquier otra criatura que haya sido creada por Amor, indistintamente de que sus cualidades y características sean distintas a la nuestra. Comprender que somos un conjunto de expresiones, todas provenientes de la dadivosa energía de Amor, es contemplar y vivir la Vida a través del Alma, para recorrer la basta existencia con los ojos del corazón, tomando decisiones de espiritualmente elevadas y colectivas en base a la mirada infinita de Amor. Para quienes recorren el tramo de su vida empleando la herramienta del corazón, comprenden aspectos esenciales del Plan de Amor, entre ellos y el más importante de todos: la fraternidad. Es necesario comprender que, más allá de la limitada concepción que poseemos sobre el pequeño grupo que habitualmente denominamos “familia”, todos los seres humanos formamos parte de una gran familia divina. Por consiguiente, la distinción de sexos, razas, los intereses personales y económicos disgregan y no contemplan la dadivosidad que el Creador dispuso junto a nuestra Madre Tierra, con el objeto de cobijarnos colectivamente en el seno de las formas materiales. Sin duda, compartir y evolucionar individualmente y como raza son dos de los aspectos relevantes que recoge El Plan Divino, con el fin de que perfeccionemos nuestra Alma en la dimensión de la basta materia y, alcanzado nuestro propósito evolutivo, logremos regresar a Él, a la morada de todas las Almas.
-¿Quién ha creado a los seres humanos? Amor.
-¿Quién otorga y quita la Vida? Amor.
-Pero, ¿quién creó la desigualdad y la pobreza? Los seres humanos.
-¿Y por qué existe la pobreza? –pregunto.
La pobreza es el resultado de nuestras elecciones inconscientes. La conciencia es la herramienta que dispone todo ser humano para comprender la razón de nuestra existencia como hijos de Amor, aquí y ahora. Por lo tanto, y como segunda vía, la inconsciencia es la vía opuesta, a través de la cual podemos caminar ciegamente por el sendero de la Vida. La inconsciencia podría definirse como la distorsión que nos aleja de nuestra razón existencialista y es el resultado de dirigir nuestra mirada no hacia el corazón sino al ombligo de nuestras falsos, ilusorios y temporales deseos y expectativas personales. La inconsciencia la promueve ese Ego creado en torno a la visión egocéntrica que asume el rol de que es el ser humano quien domina a la Vida y a todas las acciones que se realizan en ella; un dominio que, además, se extiende hacia la Madre Tierra y hacia otros seres humanos. Moviéndonos en semejantes parámetros, es la animalidad la que domina nuestros impulsos y nuestras acciones. Obviamente, como animales, empleamos como herramientas de Vida el dominio y la fuerza, creyéndonos superiores en torno a una serie de logros materiales que no espirituales. Y es en el no hacer espiritual donde se fundamenta y reside la ilusión que promueve nuestro separativismo colectivo.
Como seres animales inconscientes, consentimos la pobreza. Hay quienes consideran la falta de pan como una de las mayores injusticias de la Humanidad y actúan consecuentemente para erradicarla. No obstante, hay quienes la siguen considerando como un problema que ha de ser resuelto a través de diferentes organismos, gracias a la labor que realizan unos cuantos. No obstante, y en la medida que no somos coherentes y aceptamos que la pobreza existe gracias a la inconsciencia de nuestros actos, somos cómplices de su existencia. Pero la pobreza de millones de nuestros hermanos sólo es un reflejo de la pobreza de Amor y de Espíritu que vivimos quienes, lamentablemente, hemos “dominado” los recursos y/o seguimos considerando que los demás seres humanos son partes divididas de nuestra propia divinidad, de nosotros mismos, del Plan de Amor en la Tierra y en el Universo. Muy contrariamente, Todos somos Uno y ser Uno implica que si un hermano no evoluciona… mi evolución ni tendrá sentido, ni podrá producirse.
Entonces, ¿qué camino elegimos? ¿La vía de la consciencia o la vía de la inconsciencia? Quizás, deberíamos sentarnos a reflexionar la opción que albergue más dosis de Amor.
Como bien diría Vicente Ferrer: “Todos y cada uno de nosotros tenemos que contribuir con nuestro esfuerzo a transformar esta sociedad en una verdadera Humanidad”.
Me encantaría poder compartir con vosotros este texto que ha escrito Javier Akerman, en su blog Budismo Tibetano. Muchas gracias, Javier.
Ha fallecido una amiga, Ana Kiro, hace pocos días. Ha muerto también mi cuñado José Manuel, hace escasos dos meses y mi madre Carmen en las pasadas navidades. Es la muerte que está ahí, una presencia inevitable y sorpresiva, compañera implacable de la vida. ¿Debemos odiarla? ¿Maldecirla? No, pues vivimos para morir y de ella deberíamos aprender el verdadero sentido trascendente de la vida.
He “vivido la muerte” en los ojos de muchos pacientes, familiares y amigos. Pude comprobar como al mismo tiempo que se apagaba su destello me hacían más humano, a pesar del dolor y el sufrimiento. Sí, cada muerte me hace comprender la grandeza de la Vida y la sagrada misión que subyace en ella. ¿Odiar? ¿Criticar? ¿Fama? ¿Dinero? ¡Que pérdida de tiempo! La muerte y el dolor son los grandes problemas que quiere resolver el budismo. Y en ambos casos, la solución que aporta es la supresión del deseo. Pero no del deseo normal que inevitablemente sentimos en nuestra existencia diaria, sino del deseo “aferrado”, el que nos hace sufrir y provoca dolor, el que cierra al Ser en lugar de abrirlo. Ese deseo es la cripta oscura donde reina la verdadera muerte. Renunciar al apego es liberación y sosiego. Ora, medita, entrega tu vida a un fin que te haga pasar de “ti a los demás”. Sí, disfruta, trabaja y vive, pero que tu ombligo no sea el centro del mundo. ¡Tenemos tanto que dar y tanto que renunciar!
Hace aproximadamente dos semanas, conocí a un ángel: a una niña, a una preciosa princesa que, a la temprana edad de nueve años, ya posee la virtud de percibir una porción del mundo invisible.
Tras nuestro no casual y breve encuentro, comprendí que las pequeñas princesas, como ella, todavía sueñan con hadas, con duendes, con calabazas que se transforman en carrozas y zapatitos de cristal; nada que ver con los seres etéreos que nos visitan, con las experiencias que aprendemos en torno a ellos. Nada que ver con esa constante sucesión de acontecimientos que la princesa es capaz de percibir y recibir de la Vida, para transformarla continuamente en un ser consciente, auténtico, real. Evidentemente -tras decantarme por colocar mis pies en sus frágiles zapatitos de cristal, por pensar y sentirme tal y como lo haría ella-, soy capaz de atisbar el desconcierto que le produce el hecho de poseer esta innata capacidad.
Esta noche, he decidido dedicar este texto a todas las personas que, como la princesa y como yo, también son capaces de percibir la auténtica y real naturaleza de la existencia. Fundamentalmente, para todas aquéllas que –por miedo a ser juzgadas y vetadas por otras (normalmente por individuos que erradican la veracidad de estas experiencias tras emplear términos adheridos a su propia ignorancia)- optan por rechazarse así mismas, por no aceptarse tal y como han sido creadas por Dios (Amor).
Desnuda y expuesta sin tapujos ante cada uno de vosotros, seguidores de este blog, sé que todo aquello que he vivido nunca ha sido fruto del azar. Actualmente, también sé que todas y cada una de mis experiencias han sido trazadas por la Vida, con el único propósito de que yo forjara y purificara mi personalidad. Una personalidad con la cual poder transitar y seguir el camino que Dios (y no yo) ha trazado para mí, y que necesariamente ha de girar la mirada hacia el propio corazón si el propósito es encontrarle a Él.
Inicialmente, cuando comencé a percibir seres etéreos, a avistar la energía que brotaba de cualquier ser animado e inanimado, a escuchar sintonías y voces en mi cabeza -todas ellas pertenecientes a los pensamientos de sufrimiento de otros seres humanos- consideré que la Vida era un juego cruel e injusto y yo una enferma mental.
No obstante, cuando comencé a acompañar a determinados seres humanos a morir. Cuando estas mismas personas y otras que desconocía me visitaban tras su mutación (de cuerpo a alma). Cuando, transformados en seres etéreos y lumínicos, me facilitaban mensajes y atisbaba su amor incondicional hacia mí y/o hacia cualquier persona vinculada a ellos, comprendí lo afortunada que era por haber nacido para desempeñar estas tareas.
Sólo venimos a servirle a Amor. Todos tenemos un propósito y una misión. Las personas como la princesa, que poseemos la virtud de la videncia, hemos sido llamadas -entre otras tareas- para corroborar, para difundir que el formato de la Vida que sensorialmente conocemos y vivimos únicamente es una insignificante y milésima porción de la existencia generadora de Vida. Pese a mi rechazo inicial, el camino que Dios ha trazado para mí es increíblemente más dichoso que cualquiera de los caminos que he vivenciado por sucumbirme a mi imaginación (inundada de expectativas y deseos).
-Dime, ¿qué es el arte? -¿Un cuadro? -¿Un espectáculo? -¿Una imagen? -¿Un desnudo? -¿Un verso? -¿Una mirada? -¿Un prejuicio? -¿Un valor? -¿Una limitación? -¿Una subasta? -¿La mitificación del artista que murió? -¿La belleza física? -¿La moda?
-Dime, ¿qué es el arte? -¿La melodía que emociona? -¿Una filosofía? -¿La Creación? -¿Lo nunca visto? -¿Un despojo del deber? -¿La no rutina? -¿Un molde? -¿Ver en los demás aquello que no somos capaces de ver en nosotros mismos?
-Dime, ¿es arte una flor? -¿Es arte una sonrisa? -¿Es arte una idea distinta a la nuestra? -¿Es arte el amor? -¿Es arte la ciencia? -¿Es arte aquello que no consideramos arte? -¿Es arte el ego que aflora tras la fama de un artista? -¿Somos nosotros mismos fruto del arte? -¿Es arte un olor? -¿Es arte el dolor? -¿Una mirada triste en la estatua que inmortaliza a una figura humana? -¿Lo es la raza del perro que mata? -¿Un mensaje? -¿Un idioma?
-¿Qué es el arte? -me cuestiono entre irónicas sonrisas. -¿Quizás todas las cosas que un día me mostraron mis progenitores? -¿Quizás aquellas que he descubierto por mí misma? -¿O quizás todas ellas? Y la respuesta es sencilla: todo es arte.
-¿Soy esclava del arte? -Siempre y cuando el concepto que yo posea de él no acepte otras formas de arte. Siempre y cuando me defina excluyendo otras definiciones que, por sí mismas, también lo son.
Panaderos, negros, ricos, budistas, mendigos, artistas, blancos, vanidosos, ancianos, enfermos, barrenderos, elitistas, conocidos, desconocidos, abogados, transeúntes. Todos somos arte, sin distinción.
A tu hora intempestiva de reloj de mano, he nacido yo.
En mi sonrosada piel, no se vislumbra etiqueta alguna.
Mi desnudo cuerpo no tiene puesta la etiqueta de los precios, tampoco lleva a rastras ni juicios, ni experiencias, ni cicatrices.
Soy un ser libre ajeno a ideales, ajeno a convicciones.
En esta madrugada, la no etiqueta de tus juicios me confiere ante tus ojos con total aceptación.
Hoy, puedo dormir junto con otros seres, que, al igual que yo, gimotean o sonríen desde sus capazos y cunas completamente desnudos.
Incluso puedo soñar y comunicarte con babas aquellos sueños que, por primera vez, penetran en mí.
Hoy, seguramente te rías al escucharme y me proporciones tiernos besos y arrumacos.
No obstante, dentro de unos años, cuando me confieras como adulto, con este mismo sueño, seguramente me taches de idealista y ladees tu cabeza, como muestra de desaprobación y descontento.
Aún así, lo más importante, de hoy en adelante, es aquello que primero yo piense de mí mismo.
Si las etiquetas surgen y el juicio y el prejuicio llegan a gobernar mi vida, habrá nacido el Ego.
Si esto ocurre, habré cambiado la libertad del ser por la esclavitud de un rol.
Si esto ocurre, llegaré incluso a olvidar que únicamente nací para experimentar.
Si esto ocurre, olvidaré que lo más importante en esta Vida es obrar con y desde el corazón.
Soy un ser libre y todo aquello que me rodea vive en total libertad.
Yo no soy ninguna etiqueta, por muchas que existan, por muchas que me confieran.
Yo tan sólo soy, y soy las una y mil caras que adopta el amor.
Los seres humanos pertenecemos al reino animal. Nos hemos definido como animales con inteligencia y razón. No obstante, lo que verdaderamente nos distingue de éstos es la conciencia, el ser conscientes de lo que hacemos, el poder de elegir la intención de amor o de rechazo. Eso es lo que nos caracteriza y lo que nos determina. Los seres humanos no pueden definirse como animales racionales, sino como seres sintientes, pensantes y conscientes, capacitados para emplear su inteligencia en crear o en destruir.
La naturaleza humana es animal, por eso lo natural en nosotros está unido al instinto, a la pasión, al sexo y a todo lo que el cuerpo pide. Eso nos acompañará siempre, y no es bueno ni malo. Para los débiles, para los ignorantes, a los que prefieren la obediencia al pensamiento y a la libertad, y sólo para ellos, surge la moral condenatoria de todo lo que esté unido a mis deseos personales.
Pero para ser persona uno ha de elegir un comportamiento que busque la verdad. La verdad es amor, claridad, honradez, etc. La persona se hace en la búsqueda constante de un comportamiento que elige aquello que hace amable y la convivencia aquí. Y esa es un cuestión totalmente personal, porque supone elegir, en cada momento, lo que no daña a mi alrededor.
Aunque el comportamiento pueda no coincidir con las costumbre e incluso molestar, uno tiene que saber que no daña, aunque haga daño, porque hacemos daño cuando al buscar la verdad desestabilizamos al que no la busca. Pero nadie tiene la obligación de responder a las exigencias o tradiciones que los otros asumen para dominar. Esa obediencia a la autoridad ha de pasar por mi elección de que no me está dañando a mí. Y en realidad, aquello que me daña, es únicamente aquello que sólo yo consiento que me dañe.
La persona se hace sólo en la libertad de elegir la verdad, aunque el que domina prefiera la sumisión, y no tengo mala conciencia en la desobediencia, sino en la falta de libertad que no me deja ser lo que la Vida me llama a ser, de otro modo sigue perteneciendo al mundo que fenece.
Y la verdad no va nunca unida a los miedos, las amenazas, a la autoridad indiscutible. Entre la pasión que atenaza y el poder que esclaviza, sólo llego a ser persona cuando elijo sin miedos. Todo ser humano llega a ser persona cuando su comportamiento es honrado, de otro modo sigue perteneciendo al mundo que expira.
Una vez un crítico sugirió a la Madre Teresa de Calcuta que haría más para terminar con la pobreza si enseñara a pescar en vez de dar el pescado. Ella respondió: "Las personas que yo ayudo no se valen por si mismas. No pueden sostener la caña. Yo les daré el alimento y después se los enviaré a usted para que usted les enseñe a pescar".
Cuando necesitamos pescar y no podemos, cuando la Vida considera que necesitamos alimentarnos de peces, nos provee de pescadores, de cañas y de pescados. Todos necesitamos de todos. El verdadero egoísta es el que, en el fondo de sí mismo, cree no necesitar al otro.
Textos extraídos del libro La rueda de la vida. Autora: Elisabeth Kübler Ross
"...En lugar de tener miedo, conozcámonos a nosotros mismos y consideremos que la vida es como un desafío en el cual las decisiones más difíciles son las que más nos exigen,las que nos harán actuar con mayor rectitud y nos aportarán las fuerzas y el conocimiento de Él, El Ser Supremo.
El mejor regalo que nos ha hecho Dios es el libre albedrío, la libertad. Las casualidades no existen; todo lo que nos ocurre en la vida ocurre por un motivo positivo. Si cubríeramos los desfiladeros para protegerlos de los vendavales,jamás veríamos la belleza de sus formas..."
Elisabeth Kübler Ross
Cuando estoy en la transición de este mundo al otro, sé que el cielo o el infierno están determinados por la forma como viviomos la vida en el presente. La única finalidad de la vida es crecer. La lección última es aprender a amar y a ser amados incondicionalmente. En la Tierra hay millones de personas que se están muriendo de hambre; hay millones de personas que no tienen un techo para cobijarse; hay millones de enfermos de sida; hay millones de personas que sufren maltratos y abusos; hay millones que padecen discapacidades. Cada día hay una persona más que clama pidiendo comprensión y compasión. Escuche esas llamadas, óigalas como si fueran una hermosa música. Le aseguro que las mayores satisfacciones de la vida provienen de abrir el corazón a las personas más necesitadas. La mayor felicidad consiste en ayudar a los demás.
Realmente creo que mi verdad es una verdad universal que está por encima de cualquier religión, situación económica, raza o color, y que la compartimos todos en la experiencia normal de la vida.
Todas las personas procedemos de la misma fuente y regresamos a esa misma fuente.
Todos hemos de aprender a amar y a ser amados incondicionalmente.
Todas las penurias que se sufren en la vida, toda las tribulaciones y pesadillas, todas las cosas que podríamos considerar castigos de Dios, son en realidad regalos. Son la oportunidad para crecer, que es laúnica finalidad de la vida.
No se puede sanar al mundo sin sanarse primero a sí mismo.
Si estamos dispuestos para las experiencias espirituales y no tenemos miedo, las tendremos, sin la necesidad de un gurú o un maestro que nos diga cómo hacerlo.
Cuando nacimos de la fuente a la que yo llamo Dios, fuimos dotados de una faceta de la divinidad; eso es lo que nos da el conocimento de nuestra inmortalidad.
Debemos vivir hasta morir.
Nadie muere solo.
Todos somos amados con un amor que trasciende la comprensión.
Todos somos bendecidos y guiados.
Es importante que hagamos solamente aquello que nos gusta hacer. Podemos ser pobres, podemos pasar hambre, podemos vivir en una casa destartalada, pero vamos a vivir plenamente. Y al final de nuestros días vamos a bendecir nuestra vida porque hemos hecho lo que vinimos a hacer.
La lección más difícil de aprender es el amor incondicional.
Morir no es algo que haya que temer; puede ser la experiencia más maravillosa de la vida. Todo depende de cómo hayamos vivido.
La muerte es sólo una transición de esta vida a otra existencia en la cual ya no hay dolor ni angustias.
Todo es soportable cuando hay amor.
Mi deseo es que usted trate de dar más amor a más personas.
La casita de papel es, sin lugar a dudas, la perfecta vivienda a adquirir por doquier. Sin defecto de compra, búsquenla en: establecimientos de infancia clonada, junto al estante de la costumbre, detrás de especias dispares, bajo el juguete común.
Como previo requisito, la casita de papel ha de adquirirse junto a un ejemplar social único: una pareja de bolitas de barro, sedientas de expectativas y dispuestas a moldearse al antojo.
La estancia en la misma, trae consigo un envoltorio de papel celofán: el perfecto embalaje carnal con constatada avería interior.
En su inédito contenido, la casita de papel también muestra en sus formas un sinfín de posibilidades. Entre ellas: panorámicas habitaciones con vistas a espejismos futuros, fructíferos años de avidez afectiva, recíproco cántico celestial y otros tantos rincones estereotipados de total antemano.
Milagrosamente, el cuerpo y gustos de las dos bolitas residentes se transforman o se olvidan con la convivencia. Por lo tanto, no se extrañen si, de repente, el lápiz de labios rojo se entremezcla con el calzoncillo blanco o si la carantoña y el mimito se transforman en quehaceres cotidianos junto a la colada, el paño y la escoba. Si las bolitas de la convivencia se confieren a la procesión del canto gregoriano o si, en su intenso poderío de abuso y poder personal, el egoísmo impera en sus labios.
Una vez instalado en la casita de papel, la bolita de barro masculina pronto se cerciorará de cómo decae su pasión por los juegos de mesa. Cómo, de la noche a la mañana, sus camisas a cuadros se transforman en prendas sedosas y el suéter de punto preside el poderío nocturno. De repente, su cerveza se transforma en agua. Su cazadora favorita se canjea por dos de pana y piel. Su perfume roza la fragancia opuesta y sus aficiones se limitan a simples horas anuales con suma petición anterior. En sus múltiples demandas el verbo puedo supera al quiero y la explicación deja de ser un argumento. No obstante, ya se sabe que en el imperio del hogar reina la imposición.
La bolita de barro femenina, adopta en la entrega de llaves el papel de Cenicienta sin ratas. Su madrastra, la imperiosa educación recibida. De su carroza asiduos ejemplares de calabacín en cocción. De su diccionario seis palabras como símbolo de su gran hazaña, que son: lo establecido siempre estará de moda.
Ante su aburrimiento emotivo, en la bolita de barro femenina emerge brillante un corazón televisivo, repleto de ficticios largometrajes con soberano y espadachín incluidos. Y es que la bolita de barro femenina descubre en la margarita su flor más preciada: si me quieres haz. Si no me quieres, deja. Si te preocupas, agobias. Si no lo haces, olvida.
En un día de sol y escasa jarana, las dos bolitas de barro deciden consumar el acto sexual. En el guiso, sin pimienta ni sal, la chispa acaba muriéndose de hambre. Inmersas en paliar su agravio, las dos bolitas pactan concebir una nueva bolita. En definitiva: la adhesión de una cifra sin culpa a la total suma monótona.
La pequeña bolita de barro, se asoma a la Vida como hoja perenne. En su caduco marco tal bocanada de aire ampara al gobierno. La rutina le mece en sueños, a la vez que se vierte en él desmesuradas atenciones de protección y cobijo.
Pasan los años. La tercera bolita de barro deja de ser un juguete familiar. La excusa ahora cambia papilla por cuchilla de afeitar y columpio por coche. De la extrema protección ahora ruge feroz y solicita, a gritos, la extrema independencia.
En estos momentos, en la casita de papel, la monotonía se espesa en los caldos y el afecto se asemeja a la cordial Arizona: todo un desierto sin pausas.
Veinte años después, la casita de papel se devuelve al estante del aburrimiento y se pone en venta. La tercera bolita hace meses que emigró. Sin excusa concebida, las dos bolitas fundadoras sellan el fin del contrato y dejan de moldearse. En su hipoteca mece de propia mano un gran desconcierto: descubren que, a pesar de años y años de convivencia, apenas se conocen.
Entre llantos, reprimendas y bostezos, las bolitas se despiden. Una culpa a la otra de su infortunio afectivo. El recíproco contagio que da cobijo a un mayor hastío. Las bolitas no han descubierto que su aburrimiento se condimenta desde sí mismas. El error: haber derogado su felicidad entre ellas.
La casita de papel es un reflejo común de un rol social decadente, basado en la errónea creencia de que el amor consiste en poseer al amor.
Desde esta perspectiva, una bolita se empareja a otra y en las primeras citas juegan a cifras y letras: todo un currículo de verborrea labial para confeccionar un vestido de imagen. Lo importante no es ser, sino llegar a ser aquello que la otra bolita espera de ti: una fantasía con pleno convencimiento de causa. En tal agrado, las bolitas olvidan quienes son y,en su despreocupación interna, surge el rencor. Aquellas acciones de pura complacencia egoísta perecen mientras resurgen inminentes: la pretensión y la exigencia. Como consecuencia, nace el aburrimiento. Lo fácil, culpar a la otra bolita. Lo difícil, convencerte de que ser bolita genuina e independiente requiere de un espíritu y de ese espacio personal con el cual regir el propio imperio.
En la casita de papel, la dependencia se sirve en la mesa, por lo que sirves esperando y recibes exigiendo. Pese a todo, las bolitas se establecen y la casita de papel se desmenuza, por días, en tiras.
Una bolita es un mundo independiente. Dos, dos mundos independientes. El tercero debería llegar gracias a la fusión.
En ocasiones, las bolitas egocéntricas crean derechos hasta reducir a la flácida bolita que, por voluntad propia, se deja someter. Ante la resignación, surge dependencia y discrepancia, convencimiento y posesión. El mundo individual perece mientras las bolitas olvidan que, en la casita de papel, la flor más bella es el respeto inexistente.
El pegamento de la casa fija la cimentación. En su compuesto las palabras poco importan. Si un boquete invade un cimiento, la masilla comprensiva es el mejor ajuste. Las bolitas de barro,sin embargo, ven en las disputas bellas reconciliaciones. Todavía no han presentido que en sus acciones personales se vence con creces a la tirana voz del ego.
Señores y señoras. Mi fisionomía curvada me desvela, los pechos me traducen y la vagina no traiciona. Sin embargo, más allá de la etiqueta sexual que el Universo me adjudicó soy un ser humano.
Investida por la restricción, he sido una bolita inconsciente. De su paso por mis años, una masilla al antojo vecino. Limitada a esta realidad, llegué a creer la causa como propia. Por lo tanto, yo también influí en el moldeamiento de otras bolitas.
Es posible cimentar la casita de papel y ajustarla al propio corazón. Desde esta sencilla perspectiva, la casita de papel dejaría de estar empapelada con palabras mundanas, siendo lo importante construirla con cimientos basados en hechos propios del lenguaje del alma. Así pues, amigos y amigas, mirad al amor de frente y observad más allá del prototipo de personas que idelizáis ser, más allá del prejuicio que os invita a convivir con determinadas personas y a rechazar a otras. Seguramente, en ocasiones, nos tropecemos con simples envoltorios carnales, personas con un gran defecto interior. Sin embargo, limitados a simplemente observar nuestro limitado campo de visión, lleguemos a obviar, en muchas otras ocasiones, a bolitas genuinas, que merecen ser descubiertas, consideradas y amadas por ser tal y como son: personas, no casuales en determinados tramos de nuestro camino, dispuestas a acompañarnos en determinadas experiencias, para mostrarnos un sinfín de aprendizajes. Compañeros de camino, no clonéis vuestra forma de sentir. No seáis todo aquello que se espera. No busquéis los propios intereses en otras personas. No deroguéis vuestra felicidad en una bolita. No malgastéis el poco tiempo de vida que tenemos tratando de convencer lo significativos que sois. No os resignéis. No busquéis. Esperad. La Vida es tan lista que todo acontecimiento llega en su justo momento, en su justa medida, incluido el amor. En el jardín de la Vida existe una gran diversidad de flores, y ninguna es igual a otra. Entonces, ¿por qué no experimentar con las afines, sembrando respeto con aquéllas que no lo son? Quizás, ser genuinos no esté de moda pero es un hecho. Por lo tanto, no moldeéis bolitas. Volad y dejad volar.
Ayer por la tarde, fui testigo de un nuevo milagro.
-¿Y qué es un milagro? –te pregunto, a la vez que imagino que me miras con tus expresivos ojos almendrados sonsacándome una cariñosa sonrisa.
-Un milagro es un suceso inexplicable, extraordinario y/o maravilloso que se atribuye a la intervención divina. Por consiguiente, los milagros son todos los sucesos de tu vida, ya que en todos ellos interviene Dios directamente.
-¿Y quién es Dios?
-Dios es Amor, Noah. La energía creadora de todo cuanto conoces y, por nuestras todavía limitadas percepciones humanas, de todo cuanto desconoces y existe en éste y en otros Universos. Amor es la fuerza invisible que te une con todos los seres que habitan en el planeta Tierra, sin distinción. Amor es la razón de nuestra existencia, el motor que nos impulsa a vivir y a expresarnos, el único guía capaz de conducir tu vida hacia el propósito por el cual fuiste creado. Sí, Noah. Tú, al igual que el resto de personas, naciste para llevar a cabo un propósito específico en la Tierra, una labor de servicio con la que contribuir a la evolución de la especie humana. Consumar este propósito ha de ser el objetivo de tu vida. Pues, no existe más gozo que experimentar a Dios conscientemente, confiando en los designios que ha trazado para ti. Tú eres una expresión más de Él. Por lo tanto, Dios te conoce y sabe qué cualidades te ha otorgado para que alcances la plenitud en esta vida.
-¿Y cómo se reconocen los milagros?
Cada vez que obras con el corazón. Cada vez que depositas tu confianza en Él. Cada vez que reconoces que todas las situaciones que vives no son fruto de una casualidad, sino la obra del milagro de Dios en tu vida y en la de aquellas personas que te rodean. Tener la convicción de que Dios penetra y vive en ti es apostar por la confianza, descubrir y reconocer que tus experiencias únicamente están ligadas y forman parte del esbozo de ese plan que Él ha diseñado para ti. Confiar es la base de toda vida: es vivir cualquier situación –por preciosa o adversa que sea- a sabiendas de que existen únicamente para pulirte, para forjarte y para dirigirte a ese propósito por el cual elegiste nacer para Él.
El amor es la herramienta clave para consumar nuestros propósitos divinos. No hay camino sin amor. Gracias a él, somos capaces de conectar con nuestro corazón y distinguir las señales que nos guían hacia nuestro destino humano.
Tras esta breve introducción, puedo narrarte el milagro que se produjo ayer tarde en el Salón Sorolla del edificio del Ateneo Mercantil de Valencia, donde se impartía una conferencia sobre la etapa de duelo que sobreviene tras la muerte de un ser querido.
Invitada por A. L. -coordinadora de una asociación constituida para guiar a personas inmersas en esta fase de duelo-, me senté a seguir la charla que impartía M. C.: un ejemplo de superación personal y una valiosa herramienta de ayuda para todos los allí presentes.
Éramos ochenta y tantos asistentes.
Recuerdo la clave que precedió al milagro; cuando M. C. se dirigió a todos nosotros y preguntó cuántos de los presentes habían perdido a alguno de sus hijos. Un noventa por ciento levantó la mano.
A partir de ese instante, únicamente deseé centrarme en las palabras de la oradora y en los apenados rostros de las personas que la escuchaban. ¡Cuánto dolor había en sus ojos, en sus corazones! ¡Incluso, qué emotiva resultó la breve rueda de preguntas, que muchos de ellos aprovecharon para narrar su experiencia de pérdida! ¡Necesitaban arrojar tanto dolor!
Un minuto antes de dar por concluida la conferencia, M. C. nos propuso un ejercicio muy simple: cerrar los ojos y sentir el amor de esos seres queridos que físicamente ya no se encuentran entre nosotros. Todos accedimos encantados.
Guiada por mi intuición, abrí los ojos unos segundos antes de que M. C. diera por concluido el ejercicio, y el milagro se produjo: el Salón Sorolla estaba repleto de preciosas siluetas energéticas; de unos seres lumínicos dorados que, a través del pensamiento, habían acudido a nuestra llamada. ¡Nuestros seres queridos estaban allí!
Durante un instante, me pareció injusto contemplar cómo en un mismo lugar se podían reunir dos maravillosos mundos –el físico y el etéreo- y manifestarse sentimientos tan dispares: los seres etéreos irradiaban un amor incondicional, los humanos un amor desconsolador.
Me bastó aquel escenario para comprender por qué Dios me había llevado a aquel lugar. Advertí su llamada, su señal. Mi presencia en esa charla no era casual. Por primera vez en años, sentí que mi capacidad para ver el mundo invisible tenía un sentido, más hermoso que el que yo le había asignado creyéndome un bicho, una loca.
De regreso a casa, lloré. Y no lloré por los seres etéreos, tan vivos y alegres, sino por los físicamente vivos, tan tristes y muertos. ¡Podía aportarles una visión diferente! ¡Podía ayudarles a apaciguar su pena! ¿Sería ese mi propósito? ¡Claro que sí! Desde hace años, Dios me mostró la percepción de ver la Vida tal como es, incluyendo en ella la capacidad natural de ver a los seres etéreos.
La fuerza del amor es inquebrantable. Por lo tanto, jamás debe ofenderse ante la ignorancia. Por primera vez, me siento digna, aunque cien mil personas consideraran que mis experiencias con la vida etérea son producto de una locura. ¡Qué locura tan maravillosa, Noah! Pues, ¿por qué sufrir por aquéllos que continúan vivos en otro plano de la Vida? ¿Por qué limitarse a creer que únicamente existe la forma de vida que conocemos? ¡Somos seres multidimensionales!
No me gusta el término “muerte” y menos su significado: “Extinción de la Vida; destrucción, fin”. No es real.
El milagro de la Vida no concibe la muerte como una extinción de sí misma. Muy contrariamente, es el paso de una forma de vida hacia otra; el despojo de nuestro cuerpo físico para dar la bienvenida a nuestro cuerpo etéreo. Siempre que se cierra el ciclo de una forma de existencia, se inicia otro. Por consiguiente: siempre que concluimos nuestra misión en un tramo de la Vida, partimos hacia otro.
El milagro de la Vida reside en experimentar a Dios, en sus múltiples expresiones y dimensiones.
El milagro de la Vida no radica en un castigo. Dios no conoce la moral. Él únicamente reconoce las experiencias como una oportunidad de evolución, de perfeccionamiento espiritual.
Paséate. Paseate por la calle de la respuesta y, allá donde se cobija el preciado bienestar, siéntate a meditar sobre las obras que has realizado a lo largo del día. Desmenuza a la hipocresía que procura atropellarte y al claxon de la vanidad, remete bufidos contra la desazón o déjate llevar por el vals del saludo. No importa.
Paséate. Paséate por la calle de la respuesta y encuentra infinidad de deficiniciones afines y no afines a ti. Déjate embaucar por el encanto de otras opiniones y muestra tu ingenio. Incluso no temas si se deposita en las débiles ramas tu firme entereza. Permítete caer: resurgirás, crecerás.
Posiblemente, paseen junto a ti presuntuosos, transeúntes libres de todo ayer, guerreros embaucados en la búsqueda de sí mismos y peonzas mareadas por el simple hecho de imitar otras danzas.
Aún así, paséate. Paséate por la calle de la respuesta y escucha el trote del poderoso que todo pisa y que no te deshace. Sujétate de aquél que siendo pequeño quiso hacer grandes cosas y que, aún siendo interiormente grande, no ha compartido mesa junto a la pedantería.
Paséate. Paséate por esta calle y siente cómo la Vida ha trazado tu camino: sin límites, sin fronteras que te impiden cruzar a otras calles, a otros pueblos.
Posiblemente, paseen observándote remeros con el lomo deshecho en embargos, celosos cautivos en su propio ombligo, obras maestras limpiando cristales y ancianos repletos de dicha. Dísfruta de su compañía. Aprende de todos ellos.
Paséate. Paséate por la calle de la respuesta y viaja a tu interior. No temas perder todo aquello que efímeramente posees, todo aquello que te aburre, que no te beneficia. Transmútate en un ser que nada retiene pero que todo valora. Ríndete cuentas únicamente a tí mismo y acepta toda la ira que, en ocasiones,sientas: en la calle de tu interior, el amor siempre te proporcionará la respuesta.
Érase una vez un jilguero, que vivía en una montaña.
Todas las mañanas el pequeño animal apoyaba sus delicadas patas en uno de los extremos del nido y contemplaba el vasto horizonte. Tal era su felicidad, en aquella cima, que nunca había sentido la necesidad de abandonar su nido.
Un día, quiso el destino que se escuchara, montaña a través, el bello canto de un ruiseñor. Cuando tan bellas melodías llegaron hasta los oídos del jilguero, una extraña sensación de curiosidad se apoderó de él. Asombrado, se dijo a sí mismo:
-¡Solamente un pajarillo libre es capaz de cantar de esta forma! ¡Si el ruiseñor pudiera cantar junto a mí, mi felicidad, en esta cima, sería plena!
Así es como lleno de ilusiones, sueños y esperanzas el jilguero decidió abandonar su hogar. Primero, el ansia de encontrar al ruiseñor, suscitó que extendiera sus alas. Después, su curiosidad, le depositó de cara al primer tramo del bosque.
Durante las primeras horas fuera del nido, el jilguero descubrió cuán diferente era la vida fuera de su nido. Ahora, ya no podía contemplar la vida desde lo alto de una cima. Por lo tanto, mientras sobrevolaba a ras de matojos y al esquivo de árboles, apenas podía percibir los tramos del camino que recorría.
Su deseo, basado en hallar inmediatamente al ruiseñor, le llevó a experimentar el desánimo y la apatía. Entonces, por momentos, anhelaba su colina y anhelaba su nido. ¡Cuánto culpaba el jilguero al ruiseñor, por
la decisión que él mismo había tomado! No obstante, tan pronto como olvidaba el motivo que había suscitado el origen de su viaje, cesaban aquellos sentimientos de desasosiego y el jilguero volvía a responsabilizarse de su verdadero camino: su propia vida.
Dos meses después, por sí mismo, el jilguero había aprendido a establecer diferentes turnos de descanso y diferentes formas de vuelo. Ahora, prefería sobrevolar despacio y contemplar el camino. Incluso se detenía a meditar el tramo de viaje a seguir. Sin apenas darse cuenta, el jilguero se había convertido en un buscador de sí mismo.
Una mañana, cuando ya apenas recordaba cuál había sido el motivo de su viaje, el jilguero volvió a escuchar la bella melodía del ruiseñor. Atónito, divisó una pequeña cabaña.
Al llegar hasta ella, el jilguero sobrevoló el tejado, bordeó sus viejos muros de madera, buscó entre los árboles más próximos, pero no le encontró. Finalmente, abatido por el cansancio, depositó sus patitas en el marco de una de las ventanas de la cabaña y qué sorpresa la suya cuando encontró al ruiseñor en su interior, tras los dorados barrotes de una jaula.
-Buenos días, amigo. Pase, pase... -insistió el ruiseñor, saludándole amablemente.
-Buenos días, amigo ruiseñor -respondió el jilguero, contemplando con horror la enorme jaula. Así fue como ambos pasaron una animada velada juntos. Mientras el jilguero optó por hacer partícipe al ruiseñor de sus múltiples peripecias por el bosque, el jilguero decidió dar rienda suelta a sus emociones y entonar bellas melodías. Sin embargo, entre una melodía y otra, el jilguero se preguntaba cómo podía ser feliz el ruiseñor dentro de una jaula. Desconcertado, decidió interrogarle. -Amigo ruiseñor, ¿cómo puede usted ser feliz dentro de esta jaula? ¿Acaso no añora sentir con su pico el suave vaivén del viento? ¿No echa de menos contemplar los campos, la frescura del agua de un río...? El ruiseñor le miró perplejo. Después, dijo: -¿Qué es un río? ¿Qué es el viento? ¿Qué son los campos...? Si tiene la amabilidad de proporcionarme una explicación, comprondré para usted algunas melodías -sugirió el ruiseñor, a la vez que rascaba su ala derecha con uno de los barrotes de la jaula. Estupefacto, por las declaraciones de su nuevo amigo, el jilguero rompió a llorar. A través de todas aquellas lágrimas, recordó cada una de las vicisitudes vividas en el bosque, los vanos esfuerzos de su viaje, su preciada colina. No obstante, y de nuevo depositando su felicidad en aquel ruiseñor, el jilguero se dirigió a él y le preguntó: - Señor ruiseñor, ¿querría usted abandonar su jaula para vivir conmigo, en la preciosa cima de una colina? Mas su sonriente semblante desapareció cuando el ruiseñor le respondió: -¿Qué es una colina? ¿Acaso es una hermosa hembra? Y dígame, amigo jilguero, ¿cómo la conoció? Si quiere, puedo componer para usted una bella melodía. Tan pronto como recuperó el aliento, el jilguero abandonó la cabaña y se adentró en el bosque. Esta vez un cegado rencor se había apoderado de él. Para el jilguero, el ruiseñor no era el pajarillo que había idealizado. ¡Había depositado en él tantas esperanzas! Tres semanas tardó el jilguero en encontrar su preciada colina. Y qué sorpresa para él cuando, al depositar su fatigado cuerpecillo en el nido, aquel vasto horizonte no le pareció el mismo. Sí. Sus ojos contemplaban los mismos arroyos, los mismos campos, el mismo cielo. No obstante, su travesía por el bosque no había sido en vano. ¡Prefería vivir experiencias a verlas! ¡Su nido se le había quedado pequeño, muy pequeño! ¡Echaba tanto de menos caerse y levantarse, reír y llorar! Finalmente, siendo consciente de su cambio, el jilguero abandonó su acomodado nido y se adentró de nuevo en el bosque. Mientras el ruiseñor continuó feliz, en la ignorancia, el jilguero, por el contrario, se convirtió en un libre buscador de sí mismo. Con el paso de los meses, el jilguero descubrió que aquel cantarín pajarillo había sido un gran maestro para él. Comprendió que su decisión de abandonar la colina había sido expresamente suya. De haber sido feliz -pensaba- jamás habría sentido la necesidad de adentrarse en el bosque, de buscar la propia felicidad en un ruiseñor. Con estas mismas ideas pululando en su mente, el jilguero decidió extender sus alas de nuevo y regresar a la cabaña donde vivía el ruiseñor. Nada más se hubo adentrado en ella, una mueca de felicidad se asomó en el rostro de su amigo. -Amigo jilguero, ¿ha regresado usted para escuchar mi nuevo repertorio de canciones? ¿Alguna petición? -inquirió el ruiseñor lleno de entusiasmo. -No, claro que no. Sólo deseo pasar una velada a tu lado. Por favor, canta. Será un placer escucharte de nuevo, amigo mío -le respondió el jilguero lleno de amor. A partir de aquel día, los dos animales compartieron muchas veladas maravillosas. Mientras el jilguero le contaba las últimas peripecias acontecidas en el bosque, el ruiseñor se deleitaba componiendo bellas melodías. Dedicado a todos los buscadores. A los valientes de espíritu que, a sabiendas de que crecer implica caer una y mil veces, siguen apostando por levantarse una y mil veces.