martes, 29 de junio de 2010

El jilguero y el ruiseñor







         Érase una vez un jilguero, que vivía en una montaña.
       Todas las mañanas el pequeño animal apoyaba sus delicadas patas en uno de los extremos del nido y contemplaba el vasto horizonte. Tal era su felicidad, en aquella cima, que nunca había sentido la necesidad de abandonar su nido.
       Un día, quiso el destino que se escuchara, montaña a través, el bello canto de un ruiseñor. Cuando tan bellas melodías llegaron hasta los oídos del jilguero, una extraña sensación de curiosidad se apoderó de él. Asombrado, se dijo a sí mismo:
       -¡Solamente un pajarillo libre es capaz de cantar de esta forma! ¡Si el ruiseñor pudiera cantar junto a mí, mi felicidad, en esta cima, sería plena!
       Así es como lleno de ilusiones, sueños y esperanzas el jilguero decidió abandonar su hogar. Primero, el ansia de encontrar al ruiseñor, suscitó que extendiera sus alas. Después, su curiosidad, le depositó de cara al primer tramo del bosque. 
        Durante las primeras horas fuera del nido, el jilguero descubrió cuán diferente era la vida fuera de su nido. Ahora, ya no podía contemplar la vida desde lo alto de una cima. Por lo tanto, mientras sobrevolaba a ras de matojos y al esquivo de árboles, apenas podía percibir los tramos del camino que recorría.
         Su deseo, basado en hallar inmediatamente al ruiseñor, le llevó a experimentar el desánimo y la apatía. Entonces, por momentos, anhelaba su colina y anhelaba su nido. ¡Cuánto culpaba el jilguero al ruiseñor, por
la decisión que él mismo había tomado! No obstante, tan pronto como olvidaba el motivo que había suscitado el origen de su viaje, cesaban aquellos sentimientos de desasosiego y el jilguero  volvía a responsabilizarse de su verdadero camino: su propia vida.
        Dos meses después, por sí mismo, el jilguero había aprendido a establecer diferentes turnos de descanso y diferentes formas de vuelo. Ahora, prefería sobrevolar despacio y contemplar el camino. Incluso se detenía a meditar el tramo de viaje a seguir. Sin apenas darse cuenta, el jilguero se había convertido en un buscador de sí mismo.
        Una mañana, cuando ya apenas recordaba cuál había sido el motivo de su viaje, el jilguero volvió a escuchar la bella melodía del ruiseñor. Atónito, divisó una pequeña cabaña. 
        Al llegar hasta ella, el jilguero sobrevoló el tejado, bordeó sus viejos muros de madera, buscó entre los árboles más próximos, pero no le encontró. Finalmente, abatido por el cansancio, depositó sus patitas en el marco de una de las ventanas de la cabaña y qué sorpresa la suya cuando encontró al ruiseñor en su interior,  tras los dorados barrotes de una jaula. 
       -Buenos días, amigo. Pase, pase... -insistió el ruiseñor, saludándole amablemente.
       -Buenos días, amigo ruiseñor -respondió el jilguero, contemplando con horror la enorme jaula.
       Así fue como ambos pasaron una animada velada juntos. Mientras el jilguero optó por hacer partícipe al ruiseñor de sus múltiples peripecias por el bosque, el jilguero decidió dar rienda suelta a sus emociones y entonar bellas melodías. 
       Sin embargo, entre una melodía y otra, el jilguero se preguntaba cómo podía ser feliz el ruiseñor dentro de una jaula. Desconcertado, decidió interrogarle.
       -Amigo ruiseñor, ¿cómo puede usted ser feliz dentro de esta jaula? ¿Acaso no añora sentir con su pico el suave vaivén del viento? ¿No echa de menos contemplar los campos, la frescura del agua de un río...?
       El ruiseñor le miró perplejo. Después, dijo:
       -¿Qué es un río? ¿Qué es el viento? ¿Qué son los campos...? Si tiene la amabilidad de proporcionarme una explicación, comprondré para usted algunas melodías -sugirió el ruiseñor, a la vez que rascaba su ala derecha con uno de los barrotes de la jaula.
       Estupefacto, por las declaraciones de su nuevo amigo, el jilguero rompió a llorar. A través de todas aquellas lágrimas, recordó cada una de las vicisitudes vividas en el bosque, los vanos esfuerzos de su viaje, su preciada colina. No obstante, y de nuevo depositando su felicidad en aquel ruiseñor, el jilguero se dirigió a él y le preguntó:
       - Señor ruiseñor, ¿querría usted abandonar su jaula para vivir conmigo, en la preciosa cima de una colina? 
       Mas su sonriente semblante desapareció cuando el ruiseñor le respondió:
       -¿Qué es una colina? ¿Acaso es una hermosa hembra? Y dígame, amigo jilguero, ¿cómo la conoció? Si quiere, puedo componer para usted una bella melodía. 
     Tan pronto como recuperó el aliento, el jilguero abandonó la cabaña y se adentró en el bosque. Esta vez un cegado rencor se había apoderado de él. Para el jilguero, el ruiseñor no era el pajarillo que había idealizado. ¡Había depositado en él tantas esperanzas!
       Tres semanas tardó el jilguero en encontrar su preciada colina. Y qué sorpresa para él cuando, al depositar su fatigado cuerpecillo en el nido, aquel vasto horizonte no le pareció el mismo. Sí. Sus ojos contemplaban los mismos arroyos, los mismos campos, el mismo cielo. No obstante, su travesía por el bosque no había sido en vano. ¡Prefería vivir experiencias a verlas! ¡Su nido se le había quedado pequeño, muy pequeño! ¡Echaba tanto de menos caerse y levantarse, reír y llorar! Finalmente, siendo consciente de su cambio, el jilguero abandonó su acomodado nido y se adentró de nuevo en el bosque. 
       Mientras el ruiseñor continuó feliz, en la ignorancia, el jilguero, por el contrario, se convirtió en un libre buscador de sí mismo.  
        Con el paso de los meses, el jilguero descubrió que aquel cantarín pajarillo había sido un gran maestro para él. Comprendió que su decisión de abandonar la colina había sido expresamente suya. De haber sido feliz -pensaba- jamás habría sentido la necesidad de adentrarse en el bosque, de buscar la propia felicidad en un ruiseñor.
       Con estas mismas ideas pululando en su mente, el jilguero decidió extender sus alas de nuevo y regresar a la cabaña donde vivía el ruiseñor. Nada más se hubo adentrado en ella, una mueca de felicidad se asomó en el rostro de su amigo.
       -Amigo jilguero, ¿ha regresado usted para escuchar mi nuevo repertorio de canciones? ¿Alguna petición? -inquirió el ruiseñor lleno de entusiasmo.
       -No, claro que no. Sólo deseo pasar una velada a tu lado. Por favor, canta. Será un placer escucharte de nuevo, amigo mío -le respondió el jilguero lleno de amor.
       A partir de aquel día, los dos animales compartieron muchas veladas maravillosas. Mientras el jilguero le contaba las últimas peripecias acontecidas en el bosque, el ruiseñor se deleitaba componiendo bellas melodías.

       Dedicado a todos los buscadores. A los valientes de espíritu que, a sabiendas de que crecer implica caer una y mil veces, siguen apostando  por levantarse una y mil veces. 





Vanessa Aguilar
           

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