-Tendrás que enfrentarte tu sola a cien mil elefantes -le ordenó el Rey Oranguntán a la pequeña hormiga.
-Pero Su Majestad, ¿cómo podría yo, un animal de tan reducida dimensión, ganar a todo un ejército de elefantes?
-¡Empleando el corazón, querida amiga! -le respondió el Rey.
Cuando llegó la noche, la pequeña Ambrú se marchó al campo de batalla. A solas, en medio de un frondoso paraje de árboles y tierra, pensaba de qué manera debía afrontar su destino, para lograr conseguir la victoria.
-¡Cien mil elefantes, son cien mil elefantes! -exclamaba angustiada la hormiga, mientras divisaba cómo se aproximaban las alargadas patas de sus contrincantes.
Cuando el paso firme de los elefantes estuvo próximo a ella, Ambrú recordó las sabias palabras del Rey:
-¡Emplea el corazón, querida amiga!
De repente, Ambrú ideó un plan: salir al campo de batalla escondida debajo de una simple hoja.
-La noche es tan oscura y yo tan pequeña que no podrán verme -pensó.
Escondida debajo de aquella hoja, Ambrú logró pasar por debajo de las zancudas patas de los elefantes y llegar hasta un acantilado. Una vez en él, comenzó a gritar.
Cuando los elefantes giraron sus cabezas y comprobaron que nadie más que la noche emitía aquel ensordecedor sonido, creyeron que el campo de batalla estaba repleto de espeluznantes bestias y ,despavoridos ,abandonaron el lugar.
A la mañana siguiente, Ambrú regresó al palacio. En el salón real, el Rey Orangután le esperaba impaciente.
-¿Lo ves, Ambrú? ¡Siempre que seas fiel a tu propósito, poco importará cuál sea el tamaño de tus adversarios! -afirmó el Monarca, una vez la hormiga se hubo acomodado en la palma de su mano.
- En ocasiones, lo que consideramos pequeño no tiene por qué ser insignificante.¡Confía siempre en tu corazón, querida hormiga! ¡Únicamente a través de él lograrás derrocar a cien mil elefantes!
Cuando los elefantes giraron sus cabezas y comprobaron que nadie más que la noche emitía aquel ensordecedor sonido, creyeron que el campo de batalla estaba repleto de espeluznantes bestias y ,despavoridos ,abandonaron el lugar.
A la mañana siguiente, Ambrú regresó al palacio. En el salón real, el Rey Orangután le esperaba impaciente.
-¿Lo ves, Ambrú? ¡Siempre que seas fiel a tu propósito, poco importará cuál sea el tamaño de tus adversarios! -afirmó el Monarca, una vez la hormiga se hubo acomodado en la palma de su mano.
- En ocasiones, lo que consideramos pequeño no tiene por qué ser insignificante.¡Confía siempre en tu corazón, querida hormiga! ¡Únicamente a través de él lograrás derrocar a cien mil elefantes!
"...Cuando los elefantes del miedo se aproximen hasta ti,
para cuestionar tu camino.
Simplemente, mantente inamovible y sigue siéndole fiel al amor...".
Simplemente, mantente inamovible y sigue siéndole fiel al amor...".
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