De espaldas a un murmullo agotador y azotado por la suave brisa marina, un hombre cualquiera decide construir, a orillas del mar, un enorme castillo de arena.
La fortificación, de base cuadrada, concluye siendo un cerco de murallas, y cuenta, además, con un circular surco exterior como puente de paso entre el mar y un río.
De repente, la cuidada estructura es devastada por una ola.
El hombre, inmerso en la hazaña de mantener intacto lo creado, se resiste a la embestida. Minutos después, ciertamente desolado, decide crear un nuevo castillo.
El segundo castillo, réplica exacta del primero, no llegará a conocer el ocaso. Pronto se sucumbirá a los deseos de la misma embestida marina.
Sintiéndose derrotado, el hombre deshace las ruinas de ambos castillos. Bien sabe él que jamás llegará a existir una tercera fortificación capacitada para vencer la caducidad del tiempo.
El segundo castillo, réplica exacta del primero, no llegará a conocer el ocaso. Pronto se sucumbirá a los deseos de la misma embestida marina.
Sintiéndose derrotado, el hombre deshace las ruinas de ambos castillos. Bien sabe él que jamás llegará a existir una tercera fortificación capacitada para vencer la caducidad del tiempo.
"El mar enseña al hombre a ver más allá de las formas
y le muestra al insatisfecho que detrás de un instante presente
todo es perecedero".
Vanessa Aguilar
Creo que los castillos que construyó este hombre, de arena, son como las ilusiones, por esa razón, perecen.Lo verdadero, jamás perece, puede dejar de estar en el presente, pero se mantendrá en lo eterno y sutil, como el alma.
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